La monarquía ha sido siempre un elemento clave e indispensable en la historia española. La importancia del Jefe de Estado, desde los reyes católicos hasta 1978, ha sido muy importante en todo momento, y considerando que de estos 503 años, 454 han sido los Reyes los emcargados de ocupar este cargo, es visible hasta que punto la historia de España está unida a la monarquía y a los partidos políticos de concepción monárquica.
El relanzamiento del Republicanismo en España se produjo en 1926, a consecuencia del desencanto por la monarquía que había apoyado la dictadura de Primo de Rivera. Desde Europa llegaban nuevas corrientes de pensamiento, como son el federalismo, el sufragio universal y los ideales revolucionarios procedentes de la URSS. Dicho año, se crea una Alianza Republicana con diversos sectores, como son el Partido Radical de Alejandro Lerroux, en realidad cada vez menos radical, o el grupo de Acción Republicana liderada por Manuel Azaña. A partir de 1930, las reuniones y mítines republicanos van teniendo cada vez más fuerza, animados por ambiciones cada vez menos contenidas, pretensiones autonomistas y por el creciente descontento de la población en prácticamente todos los ámbitos de la vida española como fue, por ejemplo, la situación de la industria.
Para comenzar, deberíamos contemplar como era el sistema de partidos que se deriva de este régimen y de su constitución, creando una nueva dinámica de competición democrática nunca vista antes en España, e incluso revolucionaria en el panorama europeo donde seria de lo más avanzado de la época.
En el sentido de catalogar los sistemas de partidos y sus características, dos autores como Duverger o Sartori nos son de gran ayuda. Ambos autores sostienen que en el momento de catalogar un sistema de partidos, se debe tener en cuenta el número de partidos que hay en el sistema. En el caso de la España de la época republicana era realmente un número muy alto de formaciones. No obstante, Sartori añade otros elementos básicos que también deben de ser contemplados para analizar un sistema. Estos elementos son, por una parte la distancia ideológica entre los partidos que lo componen, la dirección en la que se mueve la competición partidista, que puede ser hacia el centro, (centrípeta) o hacia los extremos (centrifuga) y por último, contemplar numéricamente no a todos los partidos del sistema, sino únicamente a los que intervienen realmente.
Si utilizamos estos tres parámetros encontramos que el sistema de partidos republicano es multipartidista, ya que existen múltiples partidos con capacidad para intervenir; está polarizado, ya que existe una gran distancia ideológica entre los partidos que intervienen; y es centrífuga, ya que el discurso ideológico predomina para poder diferenciarse de los demás. Se debe tener en cuenta que con el paso del tiempo y el cambio de la coyuntura, así como la maduración y adaptación de los partidos al nuevo régimen, el nexo común de los grupos, la defensa de la República, fue desapareciendo del discurso y se fueron extremando las posiciones y resaltando las diferencias o cleavages. De esta manera, y con palabras de Sartori, podemos decir que el sistema de partidos de la II República era un sistema multipartidista extremo polarizado.
El sistema electoral de este régimen también favorecía que apareciera este tipo de competición partidista que acabamos de explicar. Este sistema promulgaba por primera vez en España un sistema semipresidencial mediante sufragio universal para todo ciudadano de cualquier género, procedencia, y estatus socioeconómico, con la única condición de la mayoría de edad electoral de 23 años. El sistema electoral era mixto, entre mayoritario y proporcional, de manera que concedía el 80% de los escaños de forma mayoritaria, y reservaba el 20% restante a una división proporcional (Que inspiró entre otros sistemas electorales al italiano). De esta manera, se conseguía una proporcionalidad muy destacable, y nunca igualada en nuestro país, con un diputado por cada 50.000 habitantes (470 diputados por 350 de la actual etapa, que representa un candidato por cada 130.000 habitantes). Las circunscripciones eran provinciales, más las ciudades de Barcelona, Madrid y otras capitales de provincia que con su partido judicial superasen los 10.000 habitantes.
El contexto histórico influyó de forma significativa en este nuevo sistema. En este podemos ver las nuevas tendencias europeas democráticas y multipartidistas que se habían iniciado en la República de Weimar alemana, y que continuaban con la III República Francesa y la presente que estamos estudiando aquí. Es conveniente destacar los efectos que conllevaron estos regímenes: En el caso alemán, la apropiación de todos los poderes de Hitler y su NSDAP, aprovechando al máximo la Constitución de Weimar; en el francés, la caída del régimen y la ocupación nazi manifestada con la Francia de Vichy; y en el caso español, una Guerra Civil y la proclamación del régimen Franquista, y 35 años de dictadura. En todos estos casos el sistema de partidos, conjuntamente con el sistema electoral tuvo una importancia vital en el desarrollo de los acontecimientos, aunque no obstante, esto no significa que dichos regímenes no fueran correctos o legítimos, sino que resultaban sencillamente inviables y demasiado avanzados para la época.
A continuación, pasaremos a describir de forma más exhaustiva las características de este sistema de partidos.
Este nuevo régimen representaba, como ya hemos visto, una situación nueva en España, poniendo fin a los dos sistemas de partidos vividos hasta el momento: el sistema de partido único de la Dictadura de Primo de Rivera, y el bipartidismo a turnos, artificial y basado en la doctrina canovista de partidos de la Restauración. El gran cambio de esta nueva etapa residía en que los partidos surgieran de forma espontanea, desde abajo, como resultado del hasta ahora restringido derecho de asociación, con los que se fomentaba la diversidad de opiniones y la unión de individuos que afinidades ideológicas. Los partidos pasaban pagina al caciquismo y a servir únicamente a los deseos del Estado, y retomaban una nueva dimensión en la que se convertían en los instrumentos y herramientas de la sociedad y de la comunidad, en el defensor de los intereses del administrado y no de la administración. Los partidos eran creados por el pueblo, para servir al pueblo y canalizar sus diferencias ideológicas.
La democracia suponía admitir algo que hoy nos parece obvio pero no así entonces: la sociedad española no es uniforme, y por tanto, cabe esperar discrepancias ideológicas entre las “opiniones” como Azaña las llamaba. Ya no existía una “opinión nacional”, sino que existían muchas, representadas cada una de ellas en su partido político.
Un elemento primordial que caracterizó esta época fue la desaparición de lo que en la restauración se entendía como “partido de notables”. Los partidos dejaban de ser las asociaciones carentes de apoyo social mediante las cuales personajes ilustres accedían al poder. Esto no quita que durante los primeros momentos de la República se conociera diversos partidos como “el partido de Azaña” o “el partido de Alcalá Zamora”, pero poco a poco estos partidos y todos los demás que se iban creando fueron desarrollando prácticas que desarrollaban la idea de “partidos de masas”. Estos partidos respondían a ideologías socialmente arraigadas, y que se nutrían de un gran número de afiliados, cosa que hacía necesaria una organización importante, basada en la participación de sus afiliados en las decisiones del grupo. No obstante, conviene tener en cuenta que estos partidos de “masa” se encontraron con el mismo mal endémico que siempre ha atormentado a los grupos políticos españoles: la indiferencia del ciudadano hacia la política y la indecisión del ciudadano de centro.
Otro elemento a destacar es que paradójicamente este régimen, padre de la democracia y los partidos políticos en España, parecía también el elemento depurador del parlamentarismo teórico. Aunque es cierto que el régimen fue por encima de todo parlamentario, los mismos grupos políticos representados en el Parlamento, veían con malos ojos a este organo. La izquierda socialista veía la práctica parlamentaria como un instrumento burgués, un elemento que servía para mantener la dominación mesocrática. Y des del fascismo obviamente tampoco les hacía gracia la idea de tener un Parlamento que a sus ojos solo perjudicaba la unidad del Estado, y fomentaba la lucha y la discusión, dificultando la actuación del Estado.
La modernización de los partidos políticos resultó notable. Manuel Azaña supo como nadie poner las bases de lo que debía ser un partido político moderno, creando muchas premisas que aun en los partidos actuales tienen cabida. Los partidos de la República se mostraron mucho más conformes con al avance mediante competición partidista, donde la diversidad partidista e ideológica aseguraba la representatividad, que no mediante democracia directa (Referendums y plebiscitos), que había sido históricamente el medio utilizado por los dictadores en España. La idea de concebir Gobiernos monocolor o de partido único también era vista como negativa, al igual que la concepción de “visión nacional” a la que antes nos hemos referido. Azaña entendía que cada partido debía de tener su visión de las cosas, su interpretación de la opinión pública, por lo que ninguno podía, en términos absolutos, acaparar el término de esta visión nacional. De esta manera, Azaña defendía el pluralismo partidista contra las posturas que optaban por restringir las opciones, bien a través de la democracia directa, que solo ofrece dos respuestas (Si/No), o bien a través de intereses partidistas de monopolizar la opinión pública nacional.
Un elemento característico fue la imprescindible disciplina de partido que se impuso en este momento en los grupos políticos, debido a su gran volumen de afiliados. Esta disciplina de partido no era vista, como anteriormente lo era, como un seguidismo ciego a las pautas marcadas por el líder del partido, sino como un vínculo estricto con el partido y con su programa político.
Otra novedad fue el nuevo funcionamiento y organización de los partidos políticos dentro del Parlamento. Este punto, también fue muy difundido por Azaña. El líder de Acción Republicana y más tarde creador de Izquierda Republicana, separó el concepto de partido político y grupo parlamentario. Por primera vez el partido parlamentario y el partido organización o extraparlamentario operaban “separadamente” aunque la toma de decisiones siempre operaba desde la organización. De esta manera, no era inconcebible que se configurasen coaliciones electorales, pero que una vez dentro del Parlamento actuasen por separado y defendiesen opiniones divergentes.
A partir de esta época se comenzó a abandonar la idea de que hacer “política de partido” era negativo. Cada partido hacia lo posible por acceder al máximo electorado, y consecuentemente conseguir el máximo de escaños posible. Esta era la aspiración principal y legítima de cada partido, como lo sigue siendo actualmente, y por tanto las coaliciones tenían este mismo sentido. Sin duda, si algún partido hubiera contado con una amplia mayoría en el Parlamento (Cosa que no ocurría), este hubiera impuesto su propio modelo constitucional, a imagen y semejanza de su partido.
Uno de los cleavages más importante de la época, y poco presente en nuestra actual sociedad, era el tema agrario. En los años 30’s, España está escasa de tierras y de puestos de trabajo para los agricultores. Ante estos problemas de falta de tierra y de trabajo, era inevitable que se pusieran en duda los tradicionales cimientos que habían sustentado la agricultura española, es decir, los latifundios. Esta situación llevó a posiciones irreconciliables entre propietarios y agricultores, que llevó a este tema a estar en primera línea durante todo el transcurso republicano. Uno de los grupos más presente en las reivindicaciones agrarias fue la CNT, muy presente en Andalucía donde la agricultura y la presencia de latifundios era muy común.
Finalmente, otro tema clave, que contribuyó a acentuar el clima de crisis, fue el tema regionalista. Los movimientos autonomistas no suponían una amenaza para la unidad del Estado, pero aun así suponían un importante problema social que los gobiernos republicanos debían de resolver lo antes posible. Entorpecen los debates constitucionales y dificultan el funcionamiento de las instituciones, y permiten que los enemigos del régimen, conspiren contra este conjuntando los conceptos de autonomismo e independentismo, con el único fin de romper la República y otorgar una escusa al ejército para reclamar su posición histórica de salvador de la integridad del Estado español, cosa que como ya sabemos lleva a consecuencias devastadoras.
El relanzamiento del Republicanismo en España se produjo en 1926, a consecuencia del desencanto por la monarquía que había apoyado la dictadura de Primo de Rivera. Desde Europa llegaban nuevas corrientes de pensamiento, como son el federalismo, el sufragio universal y los ideales revolucionarios procedentes de la URSS. Dicho año, se crea una Alianza Republicana con diversos sectores, como son el Partido Radical de Alejandro Lerroux, en realidad cada vez menos radical, o el grupo de Acción Republicana liderada por Manuel Azaña. A partir de 1930, las reuniones y mítines republicanos van teniendo cada vez más fuerza, animados por ambiciones cada vez menos contenidas, pretensiones autonomistas y por el creciente descontento de la población en prácticamente todos los ámbitos de la vida española como fue, por ejemplo, la situación de la industria.
Para comenzar, deberíamos contemplar como era el sistema de partidos que se deriva de este régimen y de su constitución, creando una nueva dinámica de competición democrática nunca vista antes en España, e incluso revolucionaria en el panorama europeo donde seria de lo más avanzado de la época.
En el sentido de catalogar los sistemas de partidos y sus características, dos autores como Duverger o Sartori nos son de gran ayuda. Ambos autores sostienen que en el momento de catalogar un sistema de partidos, se debe tener en cuenta el número de partidos que hay en el sistema. En el caso de la España de la época republicana era realmente un número muy alto de formaciones. No obstante, Sartori añade otros elementos básicos que también deben de ser contemplados para analizar un sistema. Estos elementos son, por una parte la distancia ideológica entre los partidos que lo componen, la dirección en la que se mueve la competición partidista, que puede ser hacia el centro, (centrípeta) o hacia los extremos (centrifuga) y por último, contemplar numéricamente no a todos los partidos del sistema, sino únicamente a los que intervienen realmente.
Si utilizamos estos tres parámetros encontramos que el sistema de partidos republicano es multipartidista, ya que existen múltiples partidos con capacidad para intervenir; está polarizado, ya que existe una gran distancia ideológica entre los partidos que intervienen; y es centrífuga, ya que el discurso ideológico predomina para poder diferenciarse de los demás. Se debe tener en cuenta que con el paso del tiempo y el cambio de la coyuntura, así como la maduración y adaptación de los partidos al nuevo régimen, el nexo común de los grupos, la defensa de la República, fue desapareciendo del discurso y se fueron extremando las posiciones y resaltando las diferencias o cleavages. De esta manera, y con palabras de Sartori, podemos decir que el sistema de partidos de la II República era un sistema multipartidista extremo polarizado.
El sistema electoral de este régimen también favorecía que apareciera este tipo de competición partidista que acabamos de explicar. Este sistema promulgaba por primera vez en España un sistema semipresidencial mediante sufragio universal para todo ciudadano de cualquier género, procedencia, y estatus socioeconómico, con la única condición de la mayoría de edad electoral de 23 años. El sistema electoral era mixto, entre mayoritario y proporcional, de manera que concedía el 80% de los escaños de forma mayoritaria, y reservaba el 20% restante a una división proporcional (Que inspiró entre otros sistemas electorales al italiano). De esta manera, se conseguía una proporcionalidad muy destacable, y nunca igualada en nuestro país, con un diputado por cada 50.000 habitantes (470 diputados por 350 de la actual etapa, que representa un candidato por cada 130.000 habitantes). Las circunscripciones eran provinciales, más las ciudades de Barcelona, Madrid y otras capitales de provincia que con su partido judicial superasen los 10.000 habitantes.
El contexto histórico influyó de forma significativa en este nuevo sistema. En este podemos ver las nuevas tendencias europeas democráticas y multipartidistas que se habían iniciado en la República de Weimar alemana, y que continuaban con la III República Francesa y la presente que estamos estudiando aquí. Es conveniente destacar los efectos que conllevaron estos regímenes: En el caso alemán, la apropiación de todos los poderes de Hitler y su NSDAP, aprovechando al máximo la Constitución de Weimar; en el francés, la caída del régimen y la ocupación nazi manifestada con la Francia de Vichy; y en el caso español, una Guerra Civil y la proclamación del régimen Franquista, y 35 años de dictadura. En todos estos casos el sistema de partidos, conjuntamente con el sistema electoral tuvo una importancia vital en el desarrollo de los acontecimientos, aunque no obstante, esto no significa que dichos regímenes no fueran correctos o legítimos, sino que resultaban sencillamente inviables y demasiado avanzados para la época.
A continuación, pasaremos a describir de forma más exhaustiva las características de este sistema de partidos.
Este nuevo régimen representaba, como ya hemos visto, una situación nueva en España, poniendo fin a los dos sistemas de partidos vividos hasta el momento: el sistema de partido único de la Dictadura de Primo de Rivera, y el bipartidismo a turnos, artificial y basado en la doctrina canovista de partidos de la Restauración. El gran cambio de esta nueva etapa residía en que los partidos surgieran de forma espontanea, desde abajo, como resultado del hasta ahora restringido derecho de asociación, con los que se fomentaba la diversidad de opiniones y la unión de individuos que afinidades ideológicas. Los partidos pasaban pagina al caciquismo y a servir únicamente a los deseos del Estado, y retomaban una nueva dimensión en la que se convertían en los instrumentos y herramientas de la sociedad y de la comunidad, en el defensor de los intereses del administrado y no de la administración. Los partidos eran creados por el pueblo, para servir al pueblo y canalizar sus diferencias ideológicas.
La democracia suponía admitir algo que hoy nos parece obvio pero no así entonces: la sociedad española no es uniforme, y por tanto, cabe esperar discrepancias ideológicas entre las “opiniones” como Azaña las llamaba. Ya no existía una “opinión nacional”, sino que existían muchas, representadas cada una de ellas en su partido político.
Un elemento primordial que caracterizó esta época fue la desaparición de lo que en la restauración se entendía como “partido de notables”. Los partidos dejaban de ser las asociaciones carentes de apoyo social mediante las cuales personajes ilustres accedían al poder. Esto no quita que durante los primeros momentos de la República se conociera diversos partidos como “el partido de Azaña” o “el partido de Alcalá Zamora”, pero poco a poco estos partidos y todos los demás que se iban creando fueron desarrollando prácticas que desarrollaban la idea de “partidos de masas”. Estos partidos respondían a ideologías socialmente arraigadas, y que se nutrían de un gran número de afiliados, cosa que hacía necesaria una organización importante, basada en la participación de sus afiliados en las decisiones del grupo. No obstante, conviene tener en cuenta que estos partidos de “masa” se encontraron con el mismo mal endémico que siempre ha atormentado a los grupos políticos españoles: la indiferencia del ciudadano hacia la política y la indecisión del ciudadano de centro.
Otro elemento a destacar es que paradójicamente este régimen, padre de la democracia y los partidos políticos en España, parecía también el elemento depurador del parlamentarismo teórico. Aunque es cierto que el régimen fue por encima de todo parlamentario, los mismos grupos políticos representados en el Parlamento, veían con malos ojos a este organo. La izquierda socialista veía la práctica parlamentaria como un instrumento burgués, un elemento que servía para mantener la dominación mesocrática. Y des del fascismo obviamente tampoco les hacía gracia la idea de tener un Parlamento que a sus ojos solo perjudicaba la unidad del Estado, y fomentaba la lucha y la discusión, dificultando la actuación del Estado.
La modernización de los partidos políticos resultó notable. Manuel Azaña supo como nadie poner las bases de lo que debía ser un partido político moderno, creando muchas premisas que aun en los partidos actuales tienen cabida. Los partidos de la República se mostraron mucho más conformes con al avance mediante competición partidista, donde la diversidad partidista e ideológica aseguraba la representatividad, que no mediante democracia directa (Referendums y plebiscitos), que había sido históricamente el medio utilizado por los dictadores en España. La idea de concebir Gobiernos monocolor o de partido único también era vista como negativa, al igual que la concepción de “visión nacional” a la que antes nos hemos referido. Azaña entendía que cada partido debía de tener su visión de las cosas, su interpretación de la opinión pública, por lo que ninguno podía, en términos absolutos, acaparar el término de esta visión nacional. De esta manera, Azaña defendía el pluralismo partidista contra las posturas que optaban por restringir las opciones, bien a través de la democracia directa, que solo ofrece dos respuestas (Si/No), o bien a través de intereses partidistas de monopolizar la opinión pública nacional.
Un elemento característico fue la imprescindible disciplina de partido que se impuso en este momento en los grupos políticos, debido a su gran volumen de afiliados. Esta disciplina de partido no era vista, como anteriormente lo era, como un seguidismo ciego a las pautas marcadas por el líder del partido, sino como un vínculo estricto con el partido y con su programa político.
Otra novedad fue el nuevo funcionamiento y organización de los partidos políticos dentro del Parlamento. Este punto, también fue muy difundido por Azaña. El líder de Acción Republicana y más tarde creador de Izquierda Republicana, separó el concepto de partido político y grupo parlamentario. Por primera vez el partido parlamentario y el partido organización o extraparlamentario operaban “separadamente” aunque la toma de decisiones siempre operaba desde la organización. De esta manera, no era inconcebible que se configurasen coaliciones electorales, pero que una vez dentro del Parlamento actuasen por separado y defendiesen opiniones divergentes.
A partir de esta época se comenzó a abandonar la idea de que hacer “política de partido” era negativo. Cada partido hacia lo posible por acceder al máximo electorado, y consecuentemente conseguir el máximo de escaños posible. Esta era la aspiración principal y legítima de cada partido, como lo sigue siendo actualmente, y por tanto las coaliciones tenían este mismo sentido. Sin duda, si algún partido hubiera contado con una amplia mayoría en el Parlamento (Cosa que no ocurría), este hubiera impuesto su propio modelo constitucional, a imagen y semejanza de su partido.
Uno de los cleavages más importante de la época, y poco presente en nuestra actual sociedad, era el tema agrario. En los años 30’s, España está escasa de tierras y de puestos de trabajo para los agricultores. Ante estos problemas de falta de tierra y de trabajo, era inevitable que se pusieran en duda los tradicionales cimientos que habían sustentado la agricultura española, es decir, los latifundios. Esta situación llevó a posiciones irreconciliables entre propietarios y agricultores, que llevó a este tema a estar en primera línea durante todo el transcurso republicano. Uno de los grupos más presente en las reivindicaciones agrarias fue la CNT, muy presente en Andalucía donde la agricultura y la presencia de latifundios era muy común.
Finalmente, otro tema clave, que contribuyó a acentuar el clima de crisis, fue el tema regionalista. Los movimientos autonomistas no suponían una amenaza para la unidad del Estado, pero aun así suponían un importante problema social que los gobiernos republicanos debían de resolver lo antes posible. Entorpecen los debates constitucionales y dificultan el funcionamiento de las instituciones, y permiten que los enemigos del régimen, conspiren contra este conjuntando los conceptos de autonomismo e independentismo, con el único fin de romper la República y otorgar una escusa al ejército para reclamar su posición histórica de salvador de la integridad del Estado español, cosa que como ya sabemos lleva a consecuencias devastadoras.
Frank Morales
Politólogo