La religión enajena a los individuos con su consentimiento, a veces implícito; y éstos se someten a un tótem, de pelaje variado, al que rinden culto. La duda no cabe y la razón sucumbe. Ante ello, la Ilustración. Montesquieu, Rousseau, Kant dieron las herramientas para la sociedad libre. Pero hay quien sigue con el “vivan las cadenas”, viéndose abrumado por esa libertad indigerible para él y rogando que una buena religión le dé cobijo. Ahí mora el nacionalismo.
Por aquí, el nacionalismo se halla entre una minoría ruidosa. Preguntémonos de dónde beben. ¿De la fuente de Sieyès, quizás?, hijo legítimo de la Ilustración. ¿Comparte la Cataluña nacional principios de la Francia revolucionaria? No, el catalanismo es fichteano; hijo bastardo. ¿Acaso no bulle –en esos ambientes– la animadversión a los que no comparten la misma patria? Estamos, pues, ante un nacionalismo cultural. Y empobrecedor.
Esperemos que una nueva Era de las Luces surja pronto. Hay que iluminar muchas sombras, y despojarlas.
FRANCESC MESTRE
Estudiante de Ciencias Políticas
Molt bo, Francesc.
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